"La elegancia es la única belleza que no se marchita nunca. La belleza de una mujer no reside en los trajes que lleva, ni en su maquillaje, ni en la manera en la que se arregla el pelo. La verdadera belleza es un reflejo del alma".
Fue a partir de 1951 que todos los ojos se volvieron hacia esta frágil mujer llena de carisma, que parecía estar a cien mil kilómetros de distancia de la exuberante Marilyn Monroe.
Fue precisamente después del rodaje de la película "Sabrina", y del vestuario diseñado para ella por Hubert de Givenchy, cuando pasó a convertirse en un icono de moda. El diseñador reconoció que Audrey sabía perfectamente qué cualidades debía resaltar. Conocía perfectamente su físico, sus defectos y sabía sacar partido de sus peculiaridades (su cuerpo alto y delgado, su pecho plano y su cuello largo). Givenchy comentó en más de una ocasión que su único mérito fue saber adaptarse a los deseos de la actriz, resaltando sus características, y procurando no ocultarlas (como hacia Edith Head).
La química existente entre Givenchy y Audrey dio lugar al nacimiento de una nueva imagen de la elegancia, que todavía es apta hoy. Da igual que se pusiese un traje de chaqueta ceñido, un traje corola, o unos pantalones pitillos y un jersey de cuello vuelto pegados al cuerpo, su estilo encarna la quintaesencia de la gracia. Audrey no se dejaba guiar por la moda, sino que construyó su propio estilo.
En 1956, la intérprete fue nombrada como una de las mujeres mejor vestidas del mundo por el Couture New York Dress Institute. La 'culpa' la tenían su elegante gusto por la moda y, sobre todo, la mano del diseñador francés.
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